¡Celebremos el día de la independencia!

¡Celebremos el día de la independencia!

28 de junio de 2023 — Hace doscientos cuarenta y siete años, 56 hombres se jugaron la vida y su fortuna firmando un documento revolucionario en el que declararon que dejaban de ser súbditos de la monarquía real británica. Muchos de ellos pagaron caro ese acto, y otros miles dieron su vida en la guerra que siguió. La pregunta que debemos responder hoy con nuestros actos es: ¿valió la pena su sacrificio? ¿Hemos garantizado que los principios por los que dieron sus vidas sigan rigiendo esta república conocida como Estados Unidos de América?

Hoy, cuando la humanidad se tambalea hacia el abismo de la aniquilación dirigida por una alianza impía entre el gobierno de Biden y la realeza británica a la que sirve, el Cuatro de Julio debe convertirse en un momento de reflexión, seguido de una acción enérgica para restaurar nuestro compromiso con los principios universales sobre los que fuimos fundados y rechazar la miseria de la arrogancia de considerarnos la hegemonía global, que en realidad significa ser los chupa-media de un pequeño grupo de élites ilusas personificadas por el “rey” Carlos desfilando por los pasillos con joyas robadas el día de su coronación. El problema para Joe Biden y sus homólogos europeos, como Emmanuel Macron y Olaf Scholtz, es que reincorporarse a lo que el “rey” Carlos llama la “Gran Bretaña Global” es políticamente equivalente a intentar volver a introducirse en las entrañas de un cadáver que se pudre en las arenas de alguna antigua colonia. Ese es hoy el estado del imperio británico.

Si estuviéramos cuerdos, estaríamos celebrando la desaparición del imperio británico, y la independencia cada vez mayor de muchas naciones, entre ellas China, Rusia y quienes trabajan con ellas para acabar con la pobreza y sacudirse de encima las reliquias de los sistemas coloniales y oligárquicos. Esto no se percibiría como una amenaza para nosotros porque habríamos continuado el curso de un progreso económico y científico espectacular como se lo proponían Alexander Hamilton, Abraham Lincoln y otros grandes defensores del Sistema Americano como Lyndon LaRouche.

En algún momento, sobre todo después de que la Comisión Warren encubriera el asesinato del Presidente John F. Kennedy, nuestro gobierno cambió de bando y se convirtió en la encarnación de todo aquello de lo que nuestros antepasados habían procurado liberarnos. Entonces, nos destruimos a nosotros mismos desde dentro, y ahora percibimos a esas naciones que ejercen su propia independencia como una amenaza. Tenemos un gobierno que pretende restaurar la dictadura del sistema imperial y aplastar a naciones como China, Rusia, Sudáfrica, Egipto, Brasil y más de cien otras que se niegan a ceder su soberanía a una camarilla de banqueros globales.

Todos los sistemas oligarcas fracasan

El propósito de nuestra revolución de 1776 fue establecer como principio universal que el hombre es digno de gobernarse por sí mismo. El concepto de que “todos los hombres fueron creados iguales” no fue ciertamente la práctica dominante en Europa, o en ninguna parte del mundo en el que funcionara el comercio asesino de la Compañía de Indias Orientales. Según el antiguo dios Zeus y sus seguidores de los gobiernos de occidente que quieren formar parte del Olimpo, “el poder otorga la razón”. Quien sea que tenga la mayor cantidad de dinero y sea dueño de la mayor cantidad de estaciones de televisión “gana”. El problema que tienen es que tenemos una comprensión innata de que cada uno de nosotros ha sido creado igual a cualquier otro ser humano, razón por la que los sistemas oligárquicos, incluida la esclavitud, sólo pueden mantenerse mediante el terror y la fuerza bruta, y por lo cual los imperios siempre deben derrumbarse.

En estos momentos estamos viviendo la fase terminal del colapso del sistema zeusiano imperial que ya no puede coexistir con las naciones soberanas que están comprometidas con el bienestar de sus ciudadanos. El mundo no puede sobrevivir siendo mitad esclavo y mitad libre. Por lo tanto, debe establecerse un sistema de relaciones completamente nuevo entre las naciones que respete la soberanía de cada nación por igual, y que defienda los principios universales consagrados en nuestros documentos fundacionales, independientemente de cómo cada nación y cada cultura decidan aplicarlos.

Como Zeus, los dueños de la enorme burbuja de las obligaciones de derivados financieros en la City de Londres y en Wall Street (y los ejércitos que ellos controlan) están dispuestos a ocasionar un Armagedón sobre el mundo si es que no pueden regir sobre los 8 mil millones de seres humanos de este planeta, según el arbitrario “orden basado en reglas” de su agenda maltusiana.

La “Iniciativa de la Franja y la Ruta” de China, ya incluye a más de 120 naciones, y se entrelaza con los cinco grandes del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Como declaró Helga Zepp-LaRouche hace varios años, cuando más de 5.000 millones de personas se mueven en la misma dirección, la única forma de detenerlas es con una guerra mundial.

Así pues, el frágil y demente Presidente Biden y sus controladores reales imperiales amenazan exactamente con eso: zambullirnos en una guerra termonuclear.

Como vimos con la derrota de la candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, en las elecciones del 2016, que las “diecisiete agencias de inteligencia” (además del GCHQ británico) y todos los principales expertos de los medios de comunicación nos dijeron que iba a ser una victoria aplastante contra el “inelegible Donald Trump”, nuestra clase gobernante parece ser incapaz de reconocer que una narrativa es, de hecho, sólo una narrativa. No es la realidad.

Rusia no será derrotada

El peligro al que nos enfrentamos hoy es que estos burócratas reales del imperio están funcionando en otra narrativa delirante en la que Rusia finalmente retrocederá, bajo la amenaza de una guerra nuclear. No han escuchado las palabras del muy competente mandatario de Rusia, el Presidente Vladimir Putin, quien, al anunciar el inicio de la “Operación Militar Especial” en Ucrania, hizo un recuento de las principales invasiones a Rusia: en 1812 por Napoleón, y en 1941 por Adolfo Hitler, en la que uno de cada seis rusos perdió la vida. Putin y el pueblo ruso juraron que “nunca más” se someterían a un genocidio masivo y, a diferencia de los hipócritas mandatarios de Occidente que no condenan a la “glorificación del nazismo”, ellos sí lo decían en serio.

Así que, compatriotas estadounidenses, estén advertidos: Rusia no perderá la guerra en Ucrania, no sucederá. Con el colapso de la contraofensiva ucraniana, Ucrania ya perdió, aunque la matanza continúa. Si Joe Biden sigue insistiendo en que Rusia debe perder y Putin debe caer, entonces estamos todos condenados.

Por eso es urgente que, nosotros, el pueblo de estos Estados Unidos de América, actuemos de inmediato para perfeccionar nuestra Unión y volver a la misión por la que nuestros fundadores pagaron un precio tan alto. El cuatro de julio es un buen día para hacer esto.

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